Comentario
Al observar en conjunto la historia de esta zona destaca claramente el hecho de la existencia de reinos como los de Dahomey, Oyo y Benin que recuerdan, por la importancia política y cultural que a lo largo de su historia han tenido, a los grandes reinos de los países interiores del Sudán. Los países cuya historia vamos a recorrer fueron la principal fuente de origen de los esclavos enviados a América, lo que debió de suponer una sangría constante y dolorosa en la demografía de estas regiones y, al mismo tiempo, el principal factor de su contacto intenso con los europeos y, por consiguiente, de la entrada de productos y también, en algunos aspectos, del influjo de costumbres.
Para los itinerarios que iban del Sáhara a la sabana suponía una especie de fin del mundo; al ser de acceso difícil, prácticamente indesbrozable, la selva era sobre todo una zona de refugio, hacia la que se habían visto empujadas las poblaciones refractarias a la integración en los grandes imperios: pueblos fieles a sus estructuras tradicionales, acéfalas, es decir, sin Estado, que no reconocían más autoridad política que la de la comunidad patriarcal, de linaje, a lo sumo, aldeana. No obstante, conviene mencionar una notable excepción, el sur de la actual Nigeria.
Poblaciones de estructura social tradicional, es decir, acéfalas, eran las de la costa de la actual Guinea Bissau, zona pantanosa formada por inmensos estuarios sinuosos e islas, batida por las mareas y rodeada de bosques de mangles, prolongación de la selva bajo un clima sudanés, más seco. Una situación semejante ofrecían los amplios espacios de la Guinea selvática y los actuales territorios de Liberia y Costa de Marfil, donde la selva alcanza su mayor extensión geográfica.
No obstante, este espacio guineano no estaba sumido totalmente en el arcaísmo y la marginación. A la salida del valle del Níger y, sobre todo, del amplio corredor por el que discurre su afluente, el Benué, se desarrollaron, en territorio yoruba, las brillantes civilizaciones de Benin, caracterizadas por una elevada densidad de población, por una agricultura de plantaciones basada principalmente en los tubérculos, por la existencia de mercados y un notable desarrollo del comercio, así como por unas organizaciones estatales evolucionadas.
Más al Oeste, entre las actuales Nigeria y Ghana, donde la selva vuelve a ensancharse, la zona guineana no fue totalmente ajena a las corrientes comerciales que recorrían la sabana y la ligaban al comercio transahariano. Esta zona contenía parte del oro que alimentaba los mercados del Norte y, sobre todo, proporcionaba la nuez de cola, fruto excitante que se mastica para vencer la fatiga. A cambio, la selva recibía la sal de las explotaciones sudanesas.
Desde Gambia hasta la Sierra Leona se extiende una costa, sucesión de extensos estuarios a menudo rodeados de archipiélagos, que los navegantes franceses desde finales del siglo XVIII designaron con el nombre de las Rivières du Sud. Durante el Setecientos, el comercio de exportación de esclavos comenzó a tener efectos revolucionarios en África occidental, la pérdida de hombres en Guinea, que en el siglo XVIII probablemente sobrepasó los 100.000 hombres y mujeres jóvenes al año, no significó -como ya hemos señalado- una mutilación excesiva en relación a su población total. Además, desde el punto de vista pura y exclusivamente económico, parece que en parte esta pérdida fue compensada por el crecimiento de riqueza que ocasionó en las más avanzadas comunidades guineanas el comercio con Europa. El efecto general del comercio atlántico de esclavos fue, de hecho, desplazar los centros de riqueza y poder en África occidental desde el Sudán hacia la costa. Existía una comunidad de intereses que provocaba la alianza entre los europeos y sus vecinos africanos, cuando ambos se veían amenazados por los nuevos Estados que crecían en sus cercanías; razón ésta que explica en parte cómo pudo desarrollarse el germen del colonialismo.
El acontecimiento más importante de los siglos XVII y XVIII fue el surgimiento de comunidades políticas justo al interior de las tierras costeras. El Imperio de Benin, que ya había alcanzado el mar cuando llegaron los europeos, no pudo resistir las tensiones provocadas por las constantes incursiones bélicas en busca de esclavos. En el siglo XVII algunos grupos evé, sin duda después de algunas escalas previas, se concentran en Nuatja, dirigidos por un cazador, Afoche. Muerto éste, a comienzos del siglo XVIII, toma el poder su hijo Agokoli quien, preocupado por la defensa del territorio en estos tiempos alterados por la trata, construye numerosas murallas. Pero su extrema crueldad sería la causa de una dispersión de clanes que irían a instalarse en la región de Palimé, de Atakpamé, de Keta (los anlo) y de Ho, en la Ghana actual y finalmente en la región de Anesho (los wachi). Los evé no desarrollaron una organización preestatal propiamente dicha, quizá traumatizados por la amarga experiencia bajo su soberano Agokoli. La realidad política es de base clánica, el poder pertenece a un jefe superior, fia, rodeado de sus jefes de cantón, que componen la asamblea deliberativa, fiohawa. En ciertos casos, en ocasiones importantes, la asamblea se amplía para permitir la inclusión de los notables de la familia gobernante, que gozan del derecho de veto en el nombramiento del candidato al trono real, presentado por los ancianos de la familia del soberano. Se trata, pues, de sociedades políticas con gran arraigo en la organización de linajes, que van ganando en democracia lo que pierden en poder de expansión.
Los nuevos centros de poder se instalarán un poco más al interior. Uno de los primeros fue el Estado de Akán, en Akwamu, más allá del Volta, de corta duración que entre 1680 y 1730, aproximadamente, se extendió paralelamente a la Costa de Oro oriental y a la Costa de los Esclavos occidental con intención de acaparar todo el comercio de sus alrededores con el Sur. Akwamu, sin embargo, no llegó a encontrar un sistema de administración capaz de asegurar la fidelidad duradera de sus súbditos de Ga y Ewe y fue rápidamente reemplazado en su puesto de principal potencia en la Costa de Oro por Ashanti. A principios del siglo XVIII, Ashanti, basándose en la experiencia de Akwamu, comenzó a extenderse hacia el Norte, incorporando o haciendo tributarios a Estados como Bono, Banda, Gonja y Dagomba. Entonces, cuando el comercio con el interior estuvo seguro se dirigió hacia el Sur en busca de un contacto directo con los comerciantes europeos.
Después del reinado de dos monarcas sin importancia, surge poderoso el reinado de Osei Kodcho (1765-1777), que reorganiza el Estado por medio de la centralización administrativa. Su sucesor, Osei Kwame (1777-1801), continúa las reformas, lo que permitirá a Osei Bonsu hacer realidad el expansionismo ashanti. Explotando las nuevas condiciones económicas y políticas del África negra, los ashanti crearon un imperio que se extendía desde el país de los gurunsi y de los gondcha hasta la costa, y desde el Gran Lahu, en la Costa de Marfil, hasta Petit-Popo, en Togo, abarcando entre tres y cinco millones de habitantes. Después de Waterloo y el Congreso de Viena será el momento escogido por los británicos para tratar de limitar sus pérdidas en la zona y luego tomar la iniciativa contra los ashanti.
Las profundas reformas llevadas a cabo por Osei Kodcho, conocidas por el nombre de revolución kodchiana, condujeron a sustituir, en los puestos vacantes, a los príncipes herederos por lugartenientes seguros y devotos. El mismo sentido tenía una especie de guardia pretoriana, ankobra, que le era completamente fiel. En la nueva administración, creada para hacer frente a los asuntos no militares, el rey nombrará a los altos funcionarios, algunos de los cuales serán europeos. Pero esta nueva categoría social que en ocasiones se transmitía de padres a hijos, no pudo transformarse en una clase social como tal debido a que las herencias y la propiedad continuaron transmitiéndose por línea materna.
Los países conquistados conservaban una autonomía local, pero ministros residentes del rey se encargaban de controlar in situ la fidelidad financiera y política de cada región vasalla, que se convertía, así, prácticamente, en una provincia. El principal obstáculo a la centralización total residía en la presencia de los ejércitos de los feudatarios. La autoridad se basaba en una fuerte centralización comparable a la de un jefe de Estado moderno. El monarca era elegido entre los miembros de una rama del clan matrilineal de los Oyoko; lo elegía la reina madre, hermana del rey, ohema, una vez consultados los consejos.
La estatuaria ashanti es famosa: máscaras, colgantes de oro, pesas-proverbio, caracterizadas por un sentido de la observación lleno de fino humor, denotan una verdadera maestría en las artes plásticas.
Más al Oriente, Oyo había comenzado su expansión hacia el Sur en el siglo XVII. Durante el siglo XVIII impusieron su supremacía sobre sus parientes yoruba, establecidos más al Sur, y gran parte del comercio de esclavos de Nigeria se trasladó desde Benin a puertos como Badagri y Lagos.
Entre el Imperio Yoruba de Oyo y el gobierno Ashanti, surgió el nuevo Estado de Dahomey, favorecido inicialmente por la necesidad de resistir los ataques desde Oyo a quien de hecho pagaba tributo desde hacía tiempo. No obstante, Dahomey, atraída por el comercio con los europeos, se extendió hacia el Sur para establecer contacto con la costa. El reino de Porto Novo, quizá debido a que, al estar situado en la costa, se convirtió pronto en un juguete en manos de los europeos. Durante el reinado de De Misé (1752-1757) los portugueses rebautizan a Hognobu con el nombre de Porto Novo, dando a entender con ello que se había encontrado un nuevo filón de trata negrera. Desde este momento la afluencia de barcos aumenta y los portonoveses emplearán su tiempo en defenderse contra el empuje de los reinos del interior que presionaban sobre la costa, a veces con éxito como durante el reinado de De Gbeyón (1761-1775).
El nombre del reino de Dahomé o Abomé hace referencia a un fuerte cuyo muro de cinta abarcaba un espacio que en ion se denomina agbomé, y que dio nombre a la ciudad de Abomé. Después de numerosas batallas sobre los pueblos vecinos, Aho había erigido un verdadero reino y, tras adoptar el nombre de Wegbadcha, demostró ser un eficiente organizador, creador de una estructura política en la que era predominante el elemento militar. Sucesor de Wegbadcha fue su hijo Akaba (1685-1708). Por haber alcanzado el poder muy tarde, adoptó, para recordar el hecho, la siguiente divisa, plena de filosofía: "Pese a su lentitud, el camaleón consigue llegar a la copa de bómbax". Con todo, dispuso del tiempo suficiente para lanzar vigorosos ataques contra los habitantes del Wemé. Murió de viruela durante una de estas campañas, y su sucesor, Agadcha (1708-1732), consigue para Dahomé soberanía internacional. Careciendo de suficientes efectivos masculinos, fue el creador de un cuerpo de tropas femeninas, las famosas amazonas, que debían ser vírgenes o al menos sometidas al celibato. El contacto con los comerciantes europeos dio a Agadcha el sobrenombre de Hwito, el que toma el camino de los barcos. Fugitivo de la corte, funda el reino de Uessé en tierra yoruba y desde allí comienza su expansión, luchando antes con los yoruba de Oyo que habían devastado Porto Novo, con los que tiene que pactar en vasallaje. El máximo esplendor de la dinastía coincide con este reinado, entre otras razones por abrirse en el comercio con los europeos a través de la costa. Por otra parte, la organización política y social va tomando un carácter institucional. Los antepasados del rey eran objeto de culto religioso con sacrificios humanos. El Estado, centralista y totalitario, controlaba minuciosamente la reproducción y el número de habitantes.
La fuerza de la aparición de Abomé no podía menos que inquietar a Oyo. Y desde este momento una terrible competencia va a oponer a ambas potencias, que aspiraban a controlar el tráfico de la costa, es decir, la caza de esclavos. Además Oyo y Abomé van a competir brutalmente con Ashanti, que había conseguido asegurarse ese mismo papel en el Oeste, hasta el siglo XIX. Dahomé no se doblegará nunca del todo y proseguirá sus incursiones por toda la región entre el Volga y el Níger.
El arte dahomeyano es estrictamente cortesano y en los palacios de Ghezo y de Glelé, en Abomé, puede verse todavía uno de los museos históricos más ricos de África negra: bajorrelieves extraordinarios que son como páginas de historia; tronos montados sobre cráneos humanos, tapicerías, alfombras, tintes que exaltan los símbolos regios en un estilo poderoso, en medio de los cuales destaca, como una fuerza de la naturaleza, el búfalo que simboliza a Ghezo. Se conservan tradiciones de una riqueza no frecuente. Y en lo referente a la religión, existe la creencia de un alma inmortal. Por encima del universo se halla la pareja creadora Lisa-Mahu, que representaba, respectivamente, al Sol y la Luna. Por debajo de ellos, y como vectores para su acción terrena, existen dioses especializados en distintos campos, llamados vodun. Dahomé y el resto de la costa de Benin tienen la particularidad de ser los únicos lugares de África que poseen conventos en los que hombres y mujeres se consagran al culto de los diferentes dioses. El monarca dahomeyano era, pues, un rey cuyo poder, que parece autocrático e incluso sanguinario, reflejaba la dureza de los tiempos. Pero la dictadura estaba lejos de ser absoluta: los ministros debían ser consultados, la tradición respetada y escuchados los dioses vodun.
En la actual Costa de Marfil meridional no ha existido históricamente, en la práctica, organización política estatal alguna. En el Oeste, los más antiguos habitantes han sido, al parecer, los kru-beté, entre los ríos Sasandra y Cavally. En el siglo XVII se desplazarán hacia el Este y el Sureste, quizá obligados por los malinké. Luego, en el XVIII, se dirigen al Norte. Los mandé meridionales (gan, gagu, dan) se difundieron desde el noroeste de la Costa de Marfil y de Ghana hasta el borde del bosque, quizá con el fin de controlar las regiones productoras de cola. En la costa Este, en las tierras que rodean las lagunas, los habitantes están emparentados con la rama akan: provienen al parecer del centro del Ghana actual, de la confluencia de ambos Voltas, y emigraron hacia el Oeste. Como los demás pueblos akan, se hallan subdivididos en siete clanes de sucesión matrilineal; no existe la concepción de poder central y el individuo más importante es aquel que dispone de mayores posibilidades materiales, es decir, el mbrengbé.
En general, los pueblos costeros de Costa de Marfil son pescadores expertos; hacia el interior, hacia la sabana, hallamos un grupo de pueblos akan. Hacia finales del siglo XVII, cuando los ashanti están imponiéndose, estallan querellas dinásticas; cuando éstas se multiplican, provocan la marcha de grupos de hombres o de príncipes que se consideran perjudicados. Los akan continuaron brillantemente sus actividades artesanales y estéticas, particularmente en los tejidos, la escultura en madera y el trabajo del latón.
En la Costa de Oro la potencia dominante a partir del siglo XIV, en la zona septentrional, era Dagomba, que desde el siglo XVII disputó el poder y los beneficios del comercio con su vecino el reino de Gondcha; pero en el siglo XVIII ambos Estados norteños se convirtieron en vasallos de los ashanti, quien dominaba de forma total todas las rutas que conducían al mar y por las que entraban las armas de fuego. Sólo ateniéndose fielmente al tributo, los Estados del Norte podían ver llegar algunos convoyes con las mercancías deseadas, provenientes del Sur. Y esto significa que estaban obligados a llevar a cabo la caza del hombre por cuenta de Ashanti entre las sociedades segmentarias de lo que hoy es el norte de Ghana, la Costa de Marfil, Togo y Alto Volta meridional.
Poblado por agricultores lorhon, sin llegar a constituir un verdadero Estado, el reino de Buna explotó las minas de oro y controló el tráfico de la cola. Alcanzó su auge económico en el siglo XVII, pero tras cuatro siglos y medio de existencia, fue invadido en 1740 por los ashanti e incorporado a su Imperio. La misma suerte corrió el pueblo Abron, establecido junto al río Pamu, que llegó a formar un reino poderoso y rico con una organización estricta, pero cuyo rey, Abo, fue muerto a manos de los ashanti en 1747.
En el delta del Níger se constituyen pequeños feudos atraídos por los beneficios de la trata: Ibo, Edo, Efik, que se forman alrededor de un mercado de esclavos. Nos encontramos fRente a una multitud de pequeñas ciudades de constitución aparentemente monárquica o republicana, que utilizaban las instituciones tradicionales de las sociedades acéfalas, secretas, para mantener una apariencia de autoridad. El representante de la familia fundadora de la ciudad o aldea, que en la tradición africana gozaba de cierta preponderancia jerárquica, presidía la asamblea del pueblo; solfa tener a su cargo la representación de la comunidad frente a los extranjeros a cuyos ojos aparecía como un verdadero jefe, aunque la mayoría de las veces no ejercía en absoluto la correspondiente autoridad. En la práctica el poder estaba en manos de una oligarquía de la riqueza que se apoyaba en el juego de las citadas asociaciones de carácter religioso o militar.
Los Igbo del interior servían de intermediarios comerciales con los pueblos del litoral, que les vendían sal y les compraban esclavos para venderlos a los europeos. Eran también una comunidad poco estructurada, aunque practicaron desde muy antiguo el comercio a larga distancia, como lo demuestra la utilización de minerales importados para la artesanía del bronce. Hacia finales del siglo XVIII, después de más de tres siglos de comercio europeo en las costas de África occidental, la influencia europea no se había dejado sentir demasiado y la de las misiones en Guinea había sido escasa; sólo los primeros portugueses se habían interesado en la expansión del Cristianismo. La permanente ocupación europea de la costa, como en la Costa de Oro y en la desembocadura del Senegal, tendió a formar una fina capa de africanos costeros que eran parcialmente europeos en su afecto y, a veces, en sus formas externas, pero la gran masa de África occidental y sus pueblos permanecieron ajenos a la influencia directa europea. La principal consecuencia de la llegada de comerciantes europeos a la costa, de su demanda de esclavos y de la introducción de nuevas mercancías, de las cuales las armas de fuego fueron las que tuvieron mayor influencia, fue el estimular en Guinea una nueva y potente manifestación de cara a las zonas costeras; de la arraigada civilización sudanesa.